Abordas el tren de La Plata con destino a Constitución, que mas da, hay
que irse, nada es para siempre lo recuerdas. Durante el trayecto lees el libro
prestado que te acompaña desde el viaje que entusiasmado entre confusiones y
certezas habías hecho un día antes en sentido inverso. El ir y venir de los
vendedores aplasta el vacío silencioso del vagón, mientras la cara de un niño
regordete con camiseta de Lanús se alegra al escuchar “cuatro alfajores de tres
pisos por 10 pesos” si cuatro, la madre no accede a comprarlos, lastima por el
niño te dices, sabes lo que se siente. Viajar en tren siempre te ha resultado
entretenido, como si este te llevara cada vez a un lugar mágico, y así había
sido el día anterior llegaste a un lugar mágico, siempre has pensado que las
personas son como lugares y los lugares como personas.
De pronto todos los pasajeros que acompañan tu viaje
se ponen de pie en dirección a la salida del vagón, con el tren aun en
movimiento, un acto normal cuando el tren esta por llegar a su destino final.
Entre la confusión que da la luz del día en esta época del año y ahora que el
protagonista del libro se interesa en una paciente en sus sesiones de psicoanálisis,
ves el mapa de estaciones a un costado y te percatas que la ultima estación es la de ese lugar que no dejas de añorar ni
en tus días mas complejos. Te invade otra vez la sensación de llegar a ese mágico
lugar al sentir el movimiento de los pasajeros. Guardas tu libro, y verificas
la hora para saber de tu llegada y te das cuenta que no paso mucho tiempo. El
sentimiento y entusiasmo se evaporan entre la humedad al descender del tren y
darte cuenta que no ibas, si no que venias de regreso. Ante ti el panorama es,
otra vez, de nuevo y sin ella, la abrumadora y desoladora gris capital.
Pasajero descendiendo en Constitución
Buenos Aires
Mayo, 2014